El "testamento" de JosÉ María DÍez-Alegría

 

                      He visitado asiduamente a José María Diez Alegría en la residencia enfermería que tienen los jesuitas en Alcalá de Henares. Cuando cumplió los 97 años me comunicó algo que considero su testamento y he procurado recoger aquí respetando sus propias palabras, en cuanto lo permita mi memoria.

 

He cumplido noventa y siete años y esto es una barbaridad. No me gustaría llegar a los cien años, porque al cumplir cien años entras en una categoría de monstruos de la naturaleza en la que no me gustaría entrar. De todas maneras, si llego a los cien años, lo llevaré con humor. No hay que perder nunca el sentido del humor, el reírse de sí mismo. Siempre he tenido este sentido del humor, que es muy saludable: no tomarse muy en serio a sí mismo.

 

Yo no me quiero morir, ni tampoco quiero seguir viviendo. Lo que Dios quiera. Estoy en las manos de Dios. Como le digo yo: "cuando tú quieras, como tú quieras". Yo preferiría morirme rápido. No quiero una agonía lenta y dolorosa, que hace sufrir a todos. Me han dicho que lo más rápido es un edema pulmonar.

 

Yo tengo hecho un testamento vital en el que digo que no me prolonguen la vida artificialmente, que me dejen morir tranquilo y me pongan todos los tranquilizantes necesarios para morir tranquilo, aunque acorten la vida. Esto es moralmente bueno según la doctrina católica y te lo digo yo que he sido profesor de moral en la Universidad Gregoriana. Estos del Opus y de los Legionarios de Cristo, que obligan a la gente a morir con dolor como Cristo, no sé cómo han leído el evangelio ni donde han estudiado moral. Cristo murió sufriendo porque unos malvados le torturaron y le crucificaron, pero él no quería que sus amigos murieran torturados.

 

Todo es un misterio. La vida es un misterio, la muerte es un misterio, Dios es un misterio. Nosotros no conocemos las cosas en sí mismas, sino que las interpretamos según nuestras categorías mentales. Nuestras ideas son "predicamentales", como dicen los filósofos. Vivimos en un mundo "predicamental", hoy diríamos un mundo virtual y en ese mundo nos movemos con toda soltura, pero no sabemos qué es el mundo en sí. Intuimos que hay una realidad "transcendente", no predicamental. A esta realidad trascendente, que llamamos Dios, no podemos llegar por razón razonante, que es predicamental.

 

Yo creo que a Dios llegamos por lo que Kant llamaba la razón práctica, la razón moral, la razón emocional, en un "golpe de vista tembloroso", que decía San Agustín. Así podemos llegar a Dios. Pero tenemos que saber que este conocimiento es un conocimiento "analógico". Como decía Santo Tomás todo lo que afirmemos de Dios, lo tenemos que negar al mismo tiempo. Puedo decir que Dios es bueno, pero al mismo tiempo tengo que decir que la palabra bueno, que es predicamental, no se puede aplicar a Dios; es otra cosa en la que entra algo de lo que yo entiendo por bueno.

 

Todo es un misterio. Vivimos rodeados de misterio. Sin embargo yo tengo esperanza porque sé que estoy en los brazos de Dios, aunque Dios no tenga brazos. Como decía San Bernardo: "Dios tiene pies para que tú se los beses". Todo es un misterio y tenemos que tratarlo como misterio.

 

Yo creo que Jesús de Nazaret no habría entendido las disquisiciones de los concilios sobre si tenía dos naturalezas (divina y humana) y una sola persona divina. Es un misterio, en el que yo creo, incluso en la resurrección. Jesús, el hijo de Dios, pasó haciendo el bien y nos enseño el camino. Lo principal de su mensaje es la opción por los pobres. No nos juzgará por nuestra fe o nuestros ritos sino por si dimos de comer al hambriento o no le dimos de comer. Estoy totalmente de acuerdo con la teología de la liberación.

 

Finalmente pienso que la Iglesia católica en su conjunto ha traicionado a Jesús. Esta Iglesia no es lo que Jesús quiso sino lo que han querido a lo largo de la historia los poderosos del mundo.

 

Estas son las ideas que ahora tengo, sordo y medio ciego, esperando la muerte con mucha esperanza y con mucho humor.

 

                               

      Javier  Domínguez  

      28 de junio de 2010

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