AL FINAL …

¿Qué tal si hablamos de la muerte? ¿Ahora? ¡Qué horror! Ya habrá tiempo de pensar en ella cuando llegue el momento. ¿Pero tu crees que existe la muerte? ¿Acaso alguien lo duda? Pues sí hubo uno que enseñó con su palabra, y demostró con sus hechos, que la muerte no existe, que lo que existe es el cambio en la forma de vivir.
Jesús, el Nazareno, nació en Belén, vivió en Nazaret, predicó en Galilea, fue crucificado, muerto y enterrado  en Jerusalén, y sus doce discípulos, y otros más, dieron la vida asegurando que resucitó y ascendió al cielo, y aseguran que eso es así  porque
lo vivieron, no porque alguien se lo contara. 
Según la tradición, de los doce discípulos hubo once que soportaron el martirio y murieron confesando que era cierto que Cristo había resucitado, porque ellos lo habían visto. El apóstol que no murió en el martirio, San Juan Evangelista, murió de viejo afirmando con la palabra hablada y escrita  que él era testigo de lo que contaba en su evangelio, y para que no hubiera duda sobre esto termina diciendo: “este es el discípulo
que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros (los discípulos) sabemos que su testimonio es verdadero”.
Muchos temen la muerte  pensando que todo se acaba ahí, mientras que otros la temen porque creen que tras ella empieza la vida definitiva. Hay otros que piden deliberadamente la muerte, o la buscan directamente,  en la creencia de que con ello acaban sus males, pero ¿de verdad acaban esos males,  empiezan otros, o continúan los mismos…?

Saber esto es importante para todos los hombres, porque todos tenemos que pasar por la puerta de la muerte, y a todos nos interesa, y mucho, pienso yo, saber con qué nos vamos a encontrar tras pasar esa puerta. Para saber esto tendremos que acudir a quien más sabe de estas cosas en este mundo, y quien más sabe de esto es Cristo por ser Hijo de Dios y por haber estado en los dos mundo, en este terrenal y en el de los Cielos antes y después de la resurrección, y Cristo  dice en el Evangelio de Mateo 11,25-27: “Te bendigo Padre porque has ocultado estas cosas a  sabios e inteligentes y se las revelado a los pequeños... nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y  aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.  Y en Jn 14,6 dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, y nadie va al Padre sino por mi”.
Dios ni es como los hombres ni obra a la manera de los hombres, por eso ni aún los sabios pueden  entenderlo con la sola inteligencia humana, limitada al conocimiento de las cosas de este mundo.  Cristo, conocedor “del mundo de Dios” es el único que puede dárnoslo a conocer, y se lo da a conocer a quien se lo pide de verdad. “Y todo lo que pidáis al Padre en mi nombre yo lo haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Jn 14,13)
El Dios que revela Cristo no se encuentra en los libros, ni en nuestra cavilaciones. Es distinto a lo que podemos pensar y a lo que nuestra inteligencia pueda conocer. Es un Dios sublime que sólo puede sentirse y presentirse, pero carente de palabras para poder explicarlo.
Que Él nos acompañe a lo largo de nuestra vida,  que es el tesoro mayor que podemos encontrar. Como dice la Santa de Ávila (y de Alba de Tormes, en Salamanca): Quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios basta.
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